El concepto de mapas cognitivos fue propuesto por primera vez en 1948 por Edward Tolman en un intento de explicar el comportamiento de las ratas en un laberinto, y el concepto se aplicó posteriormente a otros animales, incluidos los humanos. Los mapas cognitivos son representaciones mentales que los individuos utilizan para organizar su información sobre sus entornos espaciales cotidianos o metafóricos. La amplia aplicación de este modelo mental lo convierte en una herramienta significativa, ampliamente involucrada en muchos campos como la psicología, la educación, la arqueología, la planificación, la geografía, etc.
Los mapas cognitivos no son solo representaciones simples del entorno espacial, sino un modelo interno dinámico y flexible que nos ayuda a navegar caminos y comprender el entorno.
La formación de mapas cognitivos proviene de múltiples fuentes y se basa en la información sensorial humana. Cuando nos movemos en el entorno, la retroalimentación de los sentidos como la visión, el olfato y el oído nos ayuda a posicionarnos. En cierto sentido, un mapa cognitivo es como un plano en nuestra mente, que puede ayudarnos no sólo a recordar entornos familiares, sino también a adaptarnos y orientarnos rápidamente cuando nos enfrentamos a entornos nuevos.
Los experimentos de Tolman demostraron que las ratas pueden formar mapas mentales de laberintos. Son capaces de mostrar el mismo camino en diferentes lugares, en lugar de limitarse a tomar decisiones en un punto de partida específico. Con el tiempo, este concepto ha sido ampliado por muchos investigadores, especialmente estudios sobre el hipocampo, mostrando su profunda conexión con los mapas cognitivos.
El hipocampo no es sólo un centro de almacenamiento de información espacial, sino que también es la clave para nuestros planes de acción y cognición ambiental.
La adquisición de un mapa cognitivo pasa por varias etapas: primero, el reconocimiento de puntos de referencia en el entorno, seguido de la conexión de caminos y, finalmente, la formación de una imagen más completa del entorno. Este proceso es multimodal e implica la integración de información visual, cinestésica y auditiva. Cuando adquirimos información mientras estamos en movimiento, en realidad estamos actualizando y refinando constantemente nuestros mapas cognitivos.
El mapeo cognitivo se basa principalmente en el funcionamiento del hipocampo, que está conectado de una manera que lo convierte en un lugar ideal para integrar información espacial y no espacial. El hipocampo no sólo procesa la información de ubicación de un objeto, sino que también integra otras características para proporcionar un contexto para la formación de mapas cognitivos. Los investigadores descubrieron que las celdas de ubicación y las celdas de la cuadrícula desempeñan un papel clave en este proceso.
Las celdas de ubicación nos ayudan a comprender dónde nos encontramos en el entorno, mientras que las celdas de la cuadrícula nos ayudan con la integración de rutas.
No sólo los humanos, muchos animales también necesitan habilidades espaciales para encontrar comida y evitar a los depredadores. Los experimentos han demostrado que los ratones y otros animales pueden hacer inferencias espaciales estableciendo relaciones entre puntos de referencia. Esto demuestra que ya sea para humanos o animales, la existencia de mapas cognitivos se basa en la realidad y la experiencia del entorno.
Aunque el concepto de mapas cognitivos ha sido ampliamente reconocido en la comunidad científica, todavía existe cierta controversia sobre su definición y métodos de investigación. Algunos estudiosos señalan que es posible que los hallazgos actuales no respalden plenamente la evidencia de que los mapas cognitivos funcionan en los animales. Estas discusiones reflejan que todavía hay muchas preguntas sin respuesta y direcciones futuras de investigación en este campo.
Ahora que entendemos cómo los mapas cognitivos influyen en nuestra percepción espacial, ¿es posible imaginar un mundo sin esos mapas mentales?