Gaceta Sanitaria | 2019
Desimplementación de actividades clínicas de bajo valor. De la evidencia, pasando por el consenso, hasta el cambio de prácticas
Abstract
En los últimos años, los países más industrializados han ido aumentando la inversión en el sector sanitario, la cual, en su mayor parte, sería atribuible al uso intensivo de nuevas y viejas tecnologías1. La legitimidad en el incremento de este gasto público se fundamentaría en los retornos de salud y bienestar social para la población asociados a estas inversiones. En este orden de ideas, la utilidad clínica de todas y cada una de las tecnologías sanitarias que se utilicen en el sistema sanitario debería estar garantizada2. El continuo proceso de innovación del sistema sanitario incluye los subprocesos por descubrimiento (práctica novedosa introducida en la práctica clínica), reemplazo (la práctica nueva y más efectiva reemplaza a la práctica actual) y reversión (la práctica actual demostró ser ineficaz o perjudicial)3,4. Así, en el descubrimiento y el reemplazo se introducen terapias novedosas y beneficiosas en la práctica, mientras que la reversión implica que los pacientes no están recibiendo beneficios y pueden estar en riesgo de sufrir daños, o simplemente se están derrochando recursos inútilmente, con sus consecuentes costes de oportunidad (fig. 1). El reemplazo y la reversión son consecuencias inevitables de la adopción temprana de tecnologías por parte del sistema sanitario, y de los avances continuos en investigación. En este sentido, una revisión encontró que el 27% de los artículos originales de investigación en servicios de salud analizaban la efectividad de una práctica clínica ya establecida, y de ellos, un 40% mostraban la necesidad de revertir esas tecnologías de la práctica clínica por su bajo valor5. El uso de estas tecnologías supone ineficiencias importantes para el sistema de salud y riesgos para el paciente; por tanto, reducir su uso es determinante por sus implicaciones éticas, económicas y de seguridad6.