La agresión se define biológicamente como un comportamiento agresivo o de confrontación dirigido hacia otro, generalmente acompañado por la intención de causar daño. Si bien la mayoría de los comportamientos agresivos tienen como objetivo causar daño, hay algunos casos en los que este comportamiento puede transformarse en una práctica creativa. Ya sea como reacción o como provocación no provocada, la agresión humana es provocada por una variedad de factores, como la frustración acumulada por no lograr un objetivo o la percepción de desaires. El comportamiento agresivo se puede dividir en agresión directa, que implica un comportamiento físico o verbal que causa daño directamente a alguien, y agresión indirecta, que tiene como objetivo dañar las relaciones sociales de un individuo o grupo.
La agresión se define en términos generales como una acción o reacción desagradable infligida por un individuo a otra persona.
Desde la perspectiva de la psicología evolutiva, la conducta agresiva es una serie de mecanismos formados durante el proceso de evolución, con el fin fundamental de salvaguardar los intereses propios, familiares o amigos. Estos mecanismos suelen estar impulsados por emociones como el miedo, la frustración y la ira. Si bien el comportamiento depredador o defensivo entre diferentes especies no se considera necesariamente agresión, el comportamiento agresivo entre individuos de la misma especie a menudo implica competencia por recursos y oportunidades reproductivas y está estructurado en una estructura jerárquica.
Las investigaciones también señalan que el comportamiento agresivo, ya sea en animales o humanos, puede manifestarse en dos tipos principales: agresión instrumental controladora y agresión impulsiva reactiva. El control de la agresión suele tener un propósito y estar dirigido a un objetivo, mientras que la agresión reactiva a menudo resulta en un comportamiento incontrolado, que a menudo causa problemas en la vida diaria. Aunque la agresión humana está estrechamente relacionada con las diferencias en los roles sociales entre hombres y mujeres, las investigaciones muestran que los hombres utilizan la agresión física y verbal con más frecuencia, mientras que las mujeres tienden a utilizar el daño psicológico o social indirecto para expresar la agresión.
La evolución del comportamiento agresivo puede entenderse como una estrategia clave para la supervivencia y la reproducción, incluido el comportamiento agresivo para asegurar territorio y recursos.
Desde una perspectiva biológica, muchos estudios han explorado cómo el comportamiento agresivo promueve la supervivencia y la reproducción en humanos y animales. La hipótesis del guerrero masculino postula que la agresión intergrupal representa una oportunidad para que los machos obtengan pareja, territorio y recursos, y que este comportamiento agresivo puede haber ejercido una presión evolutiva selectiva sobre las estructuras sociales y los mecanismos psicológicos.
En el reino animal, la naturaleza del comportamiento agresivo incluye no sólo el contacto físico directo, sino también manifestaciones de amenaza a través del lenguaje corporal y las vocalizaciones. Este comportamiento normalmente resuelve el conflicto mediante manifestaciones amenazantes en lugar de daño. La mayoría de los conductistas coinciden en que la ventaja biológica de la agresión es que ayuda a los animales a proteger su territorio, obtener pareja y brindar seguridad para ellos y sus crías.
Aún más sorprendente es que, en la mayoría de las especies, la agresión intragrupo a menudo implica adquisición de recursos y oportunidades reproductivas. Este fenómeno puede evolucionar hacia una clara clase dominante en muchas sociedades animales, con tendencias agresivas de algunos individuos llevándolos a buscar un estatus más alto en la sociedad. Esto demuestra que la agresión entre diferentes individuos no está motivada puramente por la ira, sino que también incluye cálculos estratégicos.
El comportamiento agresivo no es sólo un desafío directo a los demás, sino que también puede implicar una competencia por el estatus social y la influencia.
A lo largo de la evolución, la relación entre el comportamiento agresivo y el miedo y la curiosidad ha recibido mucha atención. Las investigaciones psicológicas muestran que el comportamiento agresivo puede surgir de una contradicción entre las expectativas y las situaciones reales. Si esta contradicción puede reducirse mediante el aprendizaje y la curiosidad, no será necesario un comportamiento más agresivo. Desde esta perspectiva, los individuos pueden manipular el entorno mediante comportamientos agresivos para ajustar la brecha entre sus expectativas y la realidad.
En cuanto a la influencia del género, las investigaciones muestran que existen diferencias significativas en la expresión del comportamiento agresivo entre hombres y mujeres. Estas diferencias pueden atribuirse en parte a sus respectivas motivaciones biológicas para enfrentar la competencia por parejas y recursos. Aunque existen comportamientos de compra y expresiones emocionales para ambos géneros, investigaciones adicionales han destacado el papel de los factores culturales y sociales en la configuración del comportamiento agresivo.
En resumen, la agresión, como comportamiento biológico básico, tiene profundas raíces evolutivas e involucra complejos factores emocionales, psicológicos y sociales. Ya se trate de animales o humanos, el propósito fundamental de este comportamiento es a menudo proteger sus propios intereses y mejorar sus posibilidades de supervivencia, pero ¿podemos comprender y ajustar estos comportamientos en el futuro para promover una forma de convivencia más pacífica?