En nuestro cuerpo, la sangre no sólo es un canal de transporte que conecta diversos órganos, sino también un factor clave para mantener la vida. Sus funciones principales incluyen suministrar el oxígeno y los nutrientes necesarios a las células y transportar los productos de desecho producidos durante el metabolismo. Entonces, ¿cómo exactamente la sangre realiza estas tareas vitales?
La sangre está compuesta de células sanguíneas y plasma. Se dice que alrededor del 55% de la sangre es plasma, un líquido de color amarillo ligeramente pajizo cuyos componentes incluyen principalmente agua (alrededor del 92%), proteínas, glucosa, minerales y hormonas. Las células sanguíneas incluyen principalmente glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas, entre las cuales los glóbulos rojos son los más abundantes y su función principal es transportar oxígeno.
Los glóbulos rojos, el componente principal de las células sanguíneas, contienen hemoglobina, que puede unirse reversiblemente al oxígeno y aumentar su solubilidad en la sangre.
En la sangre de cada adulto, aproximadamente el 98,5% del oxígeno está unido químicamente a la hemoglobina. La presencia de hemoglobina aumenta 70 veces la capacidad de la sangre para transportar oxígeno. Cuando inhalamos oxígeno, éste entra en la sangre de los pulmones y luego la sangre transporta el oxígeno a las células de todo el cuerpo a través de las arterias. Este proceso aprovecha al máximo las características del flujo sanguíneo.
El color de la sangre también cambia con el grado de oxidación de la hemoglobina. Cuando está saturada de oxígeno, la sangre aparece de color rojo brillante; cuando está desoxigenada, aparece de color rojo oscuro.
Además de suministrar oxígeno y nutrientes, la sangre también juega un papel importante en el transporte de desechos metabólicos. Por ejemplo, el dióxido de carbono, un producto de desecho de la respiración celular, se transporta desde las células hasta los pulmones a través de la sangre y finalmente se excreta del cuerpo a través del sistema respiratorio. Aproximadamente el 70% del dióxido de carbono en la sangre se convierte en iones de bicarbonato y el resto existe en forma disuelta o unido a la hemoglobina.
Otra función importante de la sangre es participar en la respuesta inmune del cuerpo. Los glóbulos blancos son responsables de combatir infecciones y patógenos en la sangre y de detectar sustancias extrañas. Las plaquetas son componentes indispensables para la coagulación sanguínea. Cuando se produce una hemorragia, pueden acumularse rápidamente en el lugar de la lesión y formar coágulos sanguíneos para evitar la pérdida de sangre. La presencia de estos dos tipos de células permite a nuestro cuerpo responder rápidamente ante amenazas externas.
La sangre no sólo es un sistema de transporte, sino también la línea de defensa inmunológica de nuestro cuerpo, que protege de forma invisible nuestra salud.
La sangre también ayuda a regular la temperatura corporal a través de cambios en el flujo sanguíneo. En un ambiente cálido o durante el ejercicio, la sangre fluye hacia la superficie de la piel, calentándola y promoviendo la disipación del calor; en un ambiente frío, el flujo sanguíneo desde la superficie hacia las extremidades se reduce para mantener una temperatura corporal central estable. Además, la sangre interviene en el equilibrio de líquidos del cuerpo y ayuda a regular el estado hídrico de las células.
En general, la sangre desempeña un papel vital en nuestro cuerpo y trabaja de maneras misteriosas para brindarnos todo lo que necesitamos para la vida. Pero ¿que todo esto pueda seguir funcionando depende de cómo consideremos y cuidemos nuestra salud?