La partícula alfa, una partícula compuesta de dos protones y dos neutrones que es sorprendentemente idéntica al núcleo de helio-4, a menudo se denomina rayos alfa o radiación alfa. En la naturaleza, la fuente más común de partículas alfa es la desintegración alfa de elementos más pesados, un proceso que no sólo cambia la estructura de los elementos sino que también tiene un profundo impacto en el medio ambiente y los organismos circundantes.
Cuando una partícula alfa sufre una desintegración alfa ordinaria, normalmente tiene una energía cinética de unos 5 MeV y se mueve a una velocidad cercana al 4% de la velocidad de la luz.
La existencia de partículas alfa revela los misterios del mundo microscópico. Estas partículas no sólo atraen la atención de los científicos por sus propiedades físicas únicas, sino que también son ampliamente estudiadas porque hacen que la identidad de los elementos cambie fundamentalmente durante el proceso de desintegración. Cuando un átomo emite una partícula alfa, su número másico se reduce en cuatro y su número atómico se reduce en dos, lo que hace que el átomo se transforme en otro elemento, como el uranio que se desintegra en torio, o el plutonio que se desintegra en radón.
La principal fuente de partículas alfa es la desintegración alfa, que ocurre en algunos átomos más pesados como el uranio, el torio y el radio. Cuando estos átomos inestables liberan partículas alfa, su estructura cambia, un fenómeno conocido como proliferación nuclear. Según las observaciones de los científicos, este proceso debe ser apoyado por un núcleo atómico suficientemente grande, y sólo los núcleos pequeños, como el bario-8 y el telurio-104, pueden emitir partículas alfa.
La razón fundamental de este proceso es el equilibrio entre la fuerza electromagnética y la fuerza nuclear. La repulsión de Coulomb en la desintegración alfa permite a la partícula alfa escapar de las limitaciones del núcleo.
La energía cinética de las partículas alfa suele oscilar entre 3 y 7 MeV, un valor relacionado con las vidas medias desiguales de los núcleos emisores de partículas alfa. Aunque las partículas alfa pueden liberar mucha energía, su gran masa significa que tienen una velocidad baja, lo que las hace menos potentes al penetrar los materiales circundantes. El hecho de que las partículas alfa viajen sólo unos centímetros a través del aire y sean absorbidas por la capa exterior de la piel hace que, en general, no representen una amenaza para la vida en el mundo exterior.
Aunque las partículas alfa no son penetrantes, son extremadamente destructivas una vez inhaladas o ingeridas por el cuerpo humano.
Estudios han demostrado que el daño cromosómico causado por las partículas alfa inhaladas es de 10 a 1.000 veces mayor que el de la radiación gamma o beta, lo que demuestra su amenaza potencial para la vida. En particular, las fuentes fuertes de radiación alfa, como el plomo-210, están fuertemente asociadas con el cáncer de pulmón y de vejiga.
Las partículas alfa tienen muchas aplicaciones en la medicina y la tecnología. Por ejemplo, en algunos detectores de humo, se utiliza una pequeña cantidad del isótopo radiactivo aluminio-241 para crear aire ionizado, que hace sonar una alarma cuando el humo entra en el detector y afecta el flujo de corriente eléctrica. Además, la desintegración alfa también se utiliza en generadores termoeléctricos radiactivos en sondas espaciales porque proteger su radiación es relativamente sencillo.
Los emisores alfa como el torio-223 y el torio-224 se utilizan como tratamientos dirigidos a células específicas y han logrado resultados clínicos significativos en el cáncer. Estos tratamientos utilizan energía de radiación alfa para producir potentes efectos letales dentro de las células y podrían convertirse en uno de los tratamientos estándar contra el cáncer en el futuro.Los radioisótopos alfa se utilizan cada vez más en el tratamiento del cáncer, aprovechando sus propiedades de radiación altamente letales para atacar directamente a las células tumorales.
La historia de la partícula alfa se remonta a finales del siglo XIX. En 1896, Henry Baxter descubrió que el uranio puede emitir radiación invisible, un fenómeno que atrajo la atención de muchos científicos. A medida que avanzaba la investigación, Ernest Rutherford determinó en 1899 que la radiación de uranio consta de dos componentes, uno de los cuales llamó radiación alfa. Con experimentos posteriores, los científicos finalmente confirmaron que la partícula alfa es en realidad el núcleo del helio, una partícula compuesta de dos protones y dos neutrones.
En 1909, los experimentos de Rutherford y Thomas Royds demostraron la existencia de partículas alfa, concretamente iones de helio, revelando la verdad sobre el mundo microscópico.
Desde entonces, las propiedades y aplicaciones de las partículas alfa se han explorado y ampliado continuamente. Este proceso no solo ha cambiado nuestra comprensión de la desintegración de los elementos, sino que también ha proporcionado una base importante para la exploración científica futura.
A medida que comprendemos más profundamente el misterio de la desintegración alfa, podemos preguntarnos: ¿Las leyes ocultas en estas transformaciones revelarán más pistas sobre la naturaleza del universo y la vida en el futuro?