El glifosato, un herbicida sistémico de amplio espectro, ha tenido un profundo impacto en la agricultura mundial desde que se descubrió por primera vez en 1970. El glifosato fue sintetizado en 1950 por el químico suizo Henri Martin, pero su verdadero potencial se reveló tras su descubrimiento independiente por la empresa estadounidense Monsanto en 1970. Poco después, el glifosato se introdujo en el mercado con el nombre de Roundup en 1974 y rápidamente fue ampliamente adoptado por los agricultores, convirtiéndose en un cambio radical en la industria agrícola.
El glifosato actúa inhibiendo una enzima de las plantas, la 5-acilhidroxicumaril-3-fosfato sintasa, lo que hace que el glifosato sólo sea efectivo en plantas en crecimiento. El éxito de esta clase de herbicidas no radica sólo en su capacidad para controlar las principales malezas, sino también en el hecho de que su uso ha permitido a los agricultores utilizar cultivos resistentes al glifosato, lo que significa que pueden eliminar eficazmente las malezas sin dañar sus cultivos. Por estas razones, la frecuencia y el volumen de las aplicaciones de glifosato en todo el mundo aumentaron 100 veces entre fines de la década de 1970 y 2016, y se espera que aumenten aún más en el futuro.El descubrimiento del glifosato ha mejorado la eficiencia de la producción de cultivos, especialmente en términos de combate a plagas y enfermedades.
Si bien el uso de glifosato ha tenido muchos éxitos en la agricultura, también ha estado acompañado de constantes preocupaciones sobre sus impactos en la salud humana y el medio ambiente. En 2015, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer de la Organización Mundial de la Salud clasificó al glifosato como “posiblemente cancerígeno para los humanos” (Grupo 2A), una evaluación que provocó un amplio debate y reflexión. Por otra parte, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria afirmó que es poco probable que el glifosato por sí mismo represente una amenaza cancerígena para los humanos.
"El glifosato ha supuesto un salto cualitativo en la producción agrícola, pero su seguridad sigue siendo un problema que merece atención."
Además, el impacto ambiental del glifosato también es una consideración importante. Su vía de degradación en el suelo es principalmente la hidrólisis para formar ácido iminometilfosfónico y se descompone de forma no específica por microorganismos del suelo. Estudios han demostrado que la vida media del glifosato en el suelo puede ser de hasta 197 días, aunque esto depende de las condiciones del suelo y el clima. Su vida media en el agua es más variable y oscila entre unos pocos días y varios meses. El uso generalizado de glifosato y su posible persistencia implican que los reguladores ambientales deben evaluar continuamente el impacto de la sustancia química en el entorno ecológico.
Durante la producción y el uso de glifosato, inevitablemente se producen ciertas impurezas. El glifosato de grado técnico normalmente debe contener no menos del 95% de glifosato, sin embargo, las impurezas como el formaldehído y el N-nitrosoglifosato se consideran sustancias potencialmente tóxicas, lo que hace que la seguridad del glifosato sea un tema que ha recibido un mayor escrutinio.
Muchos científicos y responsables políticos han pedido mayor cautela y regulación en el uso de glifosato.
En esta historia del glifosato, no hay duda de que el descubrimiento y la aplicación del glifosato han cambiado la forma de producción agrícola y promovido la seguridad alimentaria mundial. Pero detrás de las inversiones y de las ganancias, sigue vigente el debate sobre la protección del medio ambiente y la salud. Ante diversos resultados de investigaciones contradictorias, muchas personas comenzaron a reflexionar sobre si este producto químico, antaño considerado el "herbicida perfecto", ¿es realmente digno de un uso tan generalizado?
La historia del glifosato nos muestra la contradicción entre el progreso científico y tecnológico y las consideraciones morales. Ante la necesidad de elegir entre producción agrícola, medio ambiente ecológico y salud pública, ¿podemos encontrar un equilibrio sensato?