La proteína C reactiva (PCR) es una proteína pentamérica circular (en forma de anillo) que se encuentra en el plasma, cuya concentración aumenta en respuesta a la inflamación. Esta proteína de fase aguda se origina en el hígado y aumenta en respuesta a la secreción de interleucina-6 por los macrófagos y las células T. La función fisiológica de la PCR es unirse a la lisofosfatidilcolina expresada en la superficie de las células muertas o dañadas (y algunos tipos de bacterias), activando así el sistema del complemento a través de C1q.
La PCR es producida por el hígado y está influenciada por factores liberados por los macrófagos, las células T y los adipocitos (células grasas). Como miembro de la pequeña familia de las pentraxinas, la PCR desempeña un papel importante en el proceso inflamatorio agudo y se considera el primer receptor de reconocimiento de patrones (PRR) identificado.
La historia de la PCR comenzó con su descubrimiento por Tillett y Francis en 1930. Inicialmente se pensó que era una secreción de un patógeno, pero estudios posteriores demostraron que era una proteína natural sintetizada por el hígado.
La síntesis de PCR implica múltiples pasos. El estímulo inicial generalmente proviene de una infección, un traumatismo o un tumor, que hace que los macrófagos y los adipocitos secreten interleucina-6 (IL-6), lo que impulsa al hígado a sintetizar PCR. Además, esta proteína existe en el suero como una estructura pentamérica estable, generalmente en una morfología discoidal.
La PCR media la activación del sistema del complemento al unirse a la fosfocolina en la superficie de las células bacterianas, lo que promueve la fagocitosis de los macrófagos y ayuda a eliminar las células y bacterias necróticas y apoptóticas. Aunque este mecanismo de la PCR puede promover el abandono celular, también puede conducir a la muerte prematura de células isquémicas/hipóxicas potencialmente regenerativas.
Además, la PCR puede unirse al receptor Fc-gamma IIa, lo que también es relevante para la unión de anticuerpos de clase IgG. La respuesta de fase aguda de la PCR se debe al aumento de citocinas como la IL-6, que promueven la síntesis de PCR y fibrinógeno en el hígado. Este proceso mejora enormemente las defensas inmunes innatas, protegiéndonos de una variedad de infecciones.
Los métodos convencionales de medición de PCR solo pueden detectar niveles de PCR entre 10 y 1000 mg/L, mientras que la PCR de alta sensibilidad (hs-CRP) puede detectar un rango de 0,5 a 10 mg/L. La PCR-as se utiliza como marcador de riesgo de enfermedad cardiovascular y se considera de alto riesgo cuando supera los 3 mg/L, pero de bajo riesgo cuando es inferior a 1 mg/L. En muchos casos, la medición rápida de la PCR es menos costosa y más conveniente que la PCR-as.
La PCR se utiliza principalmente como marcador de inflamación. En muchas condiciones patológicas, sus niveles pueden reflejar la progresión de la enfermedad o la eficacia del tratamiento. Cuando hay inflamación o infección, las concentraciones de PCR pueden aumentar rápidamente a más de 500 mg/L, lo que demuestra su importancia en la inflamación aguda.
Sin embargo, la PCR elevada no es específica de ninguna enfermedad en particular, por lo que su uso para predecir el riesgo de enfermedad cardiovascular aún debe combinarse con otros parámetros, como los niveles de colesterol y la diabetes.
A medida que los científicos adquieren una comprensión más profunda de la PCR, están explorando sus posibles aplicaciones en diversas enfermedades. Se están realizando investigaciones sobre la PCR y sus efectos sobre las enfermedades cardiovasculares, y se ha demostrado que desempeña un papel clave al influir en el metabolismo de los lípidos, la aterosclerosis y diversas respuestas inflamatorias. El papel de la PCR puede no ser sólo el de un marcador pasivo, sino también el de un participante activo en los procesos biológicos.
Por lo tanto, para nosotros, estudiar la síntesis de PCR y su función en el organismo no sólo ayudará al diagnóstico médico, sino que también podrá orientar futuras estrategias de tratamiento. En última instancia, ¿podemos comprender plenamente qué papel desempeña la PCR en la enfermedad?